Ir al contenido principal

Santuarios y romeros en la Galicia del Antiguo Régimen

Anxo Rodríguez Lemos, contratado FPU del GIHM, Universidade de Santiago de Compostela

Desde la antigüedad se consideraron santos ciertos lugares sacralizados por una hierofanía o una teofanía que encarnaba el mundo divino en la Tierra. El santuario era, pues, como lo define el Código de Derecho Canónico, una “iglesia u otro lugar sagrado al cual, por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles con aprobación del Ordinario del lugar” (can. 1230).

Acercarse a los santuarios gallegos en la Edad Moderna es tratar de comprender las normas de organización de unas instituciones vinculadas a los fieles y a la comunidad –iglesias parroquiales, capillas, ermitas– que estuvieron supervisadas por la Iglesia, la cual pretendía corregir tanto el rumbo de esas instituciones en caso de desviación, como controlar las manifestaciones religiosas que en ellas se daban y practicaban. Dicho de otro modo, pretendía someter a juicio el contenido religioso popular y controlar el gobierno económico del santuario, en definitiva, gestionar la fe y la creencia en la salvación. Se trataba, por tanto, en última instancia, de controlar la experiencia religiosa ordinaria.

                                                  

Buena parte de los santuarios gallegos son producto de la Contrarreforma y de la “Reconquista católica”, de la cual procede la nueva valoración de los santos, de las reliquias, de los lugares de peregrinación y del calendario litúrgico que se impuso tras el Concilio de Trento (1545-1563), respondiendo en esto a iniciativas que, casi siempre, surgieron del clero y que fueron controladas por él buscando el disciplinamiento del pueblo. Es necesario pues, siguiendo a Eric Hobsbawn, revisar la consideración de tradicional que muchos santuarios tienen, ya que, en no pocas ocasiones, estos suelen ser resultado de un deseo eclesial en el intento de estructurar social y espiritualmente una comunidad con cierta rapidez, dotándola incluso de una tradición inventada, de la que va a derivar un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas –abierta o tácitamente–, y una naturaleza simbólica o ritual que buscaba inculcar determinados valores o normas de comportamiento a través de su repetición sistemática. De este modo, se pretendía así establecer, a medio plazo, una continuidad con un pasado más o menos alejado en el tiempo. 

La existencia de una leyenda fundacional alrededor de un centro de devoción (como ocurre en A Franqueira, O Medo, A Cela, A Escravitude, etc.) o la veneración  de su imagen sagrada (como pasa en Cereixo, Bandín, Amil, etc.) les otorgaba a estos centros una legitimidad espiritual asentada en explicaciones pseudo-históricas difundidas y alimentadas por la Iglesia con las que, haciendo una lectura peculiar e interesada de la propia historia, intentaban cimentar socialmente el “hecho” a través del cual, supuestamente, habían nacido. Hobsbawn veía detrás de estos procesos la búsqueda de nuevos símbolos que anhelaban la cohesión social, que eran una puerta abierta a un cierto tipo de socialización y que establecían un fuerte vínculo entre los fieles y la Iglesia.   

                                                         

Ciertamente, los intereses para erigir un santuario fueron variados y su éxito dependió de la capacidad de sus creadores y patrocinadores para ser capaces de captar y ocupar un espacio en el amplio abanico devocional existente en la Galicia del Antiguo Régimen. También, el de juntar recursos materiales para mantenerlos (más allá de los clásicos diezmos, primicias, derechos de estola o pie de altar, etc.) y de influir en las voluntades de los devotos, a los que demandaban donaciones y limosnas, esas, que la bibliografía francesa conceptuó como excedente piadoso. Así mismo, los patrocinadores debían convencer a las autoridades eclesiásticas y civiles de que sus intenciones y objetivos eran legítimos y bien intencionados. Solamente una vez obtenido todo esto, el santuario se consolidaría como un lugar de culto, en el cual la celebración de una romería o de una peregrinación jugaba un importante papel, ya que ayudaban a que se perpetuase en el seno del espacio regional o local donde estaba localizado.  

                                                 

Sin embargo, el fracaso de la consolidación de uno de estos santuarios llegaba por la falta de alguno de los condicionantes mencionados, o de todos ellos. Uno de los principales motivos de ese fracaso eran las sospechas de que, detrás de la empresa, se escondían oscuros intereses económicos –como, por ejemplo, el deseo de acabar estableciendo ferias o mercados cerca del nuevo santuario–, algo que rápidamente ponía en su contra a obispos y regidores. Además, estaban las rivalidades entre las órdenes religiosas, que desconfiaban de la aparición de ese nuevo espacio devocional por entrar en competencia con los propios. Otros motivos eran la falta de “concurrencia de gentes”, la ausencia de confianza hacia las virtudes y la efectividad del santo a la hora de atender sus peticiones, se decía entonces que este “sudaba poco ante sus problemas”, o también que la devoción propuesta coincidía o redundaba con la ofertada en otros santuarios… Así mismo, un templo que, muchas veces, sólo se abría una vez al año no quedaba exento de conflictos y de excesos. Muchos de ellos llegaban a manos de los jueces y tribunales bien por ataques y robos de lo sagrado o bien de lo no sagrado, por los enfrentamientos a palos y algaradas nocturnas que tenían lugar en los atrios y robledales vecinos con motivo de las romerías o por las disputas entre las autoridades laicas y élites eclesiásticas –así como entre estas últimas–, por la preeminencia de unas y otras en las procesiones.

Normalmente, el romero que iba a uno de estos santuarios escogía el lugar de devoción e iniciaba su peregrinatio tras realizar previamente una promesa personal, o bien lo hacía como parte de una práctica religiosa más común y colectiva. Su propósito era concluir dando las gracias en ellos, sobre todo una vez que se convirtieron en aglutinantes de las súplicas y curiosidades de las gentes, por el hecho de custodiar el santo o la santa que ofertaba esta o aquella protección espiritual para este o aquel problema.

                                                           

Repletos de simbología en su interior y exterior, los santuarios se convertirán así en paradigmas que recalcaban la vida del romero, sobre todo tras haber sufrido una enfermedad o haber pasado por una convalecencia previa. Precisamente, era después de soportar un padecimiento cuando este, ya sano y, a veces, agradecido, se acercaba a ellos.

Para W. A. Christian los romeros formaban parte de esas gentes agradecidas que contribuían a convertir un lugar en un centro de peregrinación, más allá de sus peculiaridades históricas o artísticas. En efecto, fue esa relación causa-efecto la que hizo que pequeñas capillas, ermitas, iglesias parroquiales, e incluso algunas catedrales de Galicia, se convirtiesen en centros de devoción de “primera orden”. En ellos, la doctrina y el culto emanados de Trento fueron de la mano de una permeabilidad y de un cierto sincretismo con las formas de piedad popular, que se hacía patente en prácticas religiosas “de todo gusto” que, muchas veces, habían dado lugar a las intrincadas discusiones teológicas entre católicos y protestantes, tal y como había sucedido en los debates sobre la veneración a la virgen María y a los santos, la venta o no de las indulgencias o ,simplemente, la peregrinación a alguno de los santuarios anteriormente referidos.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CHRISTIAN, William (1989), Local religion in Sixteenth-century Spain, Princenton, University Press.

HOBSBAWN, Eric & RANGER, Terence (2002), La invención de la tradición, Barcelona, Crítica.

GONZÁLEZ LOPO, Domingo Luís (2002), Los comportamientos religiosos en la Galicia del Barroco, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia.

RODRÍGUEZ LEMOS, Anxo (2021), “The economy of devotion in Northwest Iberian Sanctuaries”, International Journal of Innovation, Creativity and Change, XV, 10, pp. 379- 401.

RODRÍGUEZ LEMOS, Anxo (2021), “Tener fortuna con los santos”: categorización de los santuarios de la Galicia moderna”, en A la sombra de las catedrales: cultura, poder y guerra en la Edad Moderna, Burgos, Universidad de Burgos, pp. 869-896. 

SAAVEDRA FERNANDEZ, Pegerto (1994), “La consolidación de las ferias como fiestas profanas en la Galicia de los ss. XVIII y XIX”, en NÚÑEZ RODRÍGUEZ, Manuel (coord.), El rostro y el discurso de la fiesta, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago, pp. 279-296.